Agustín, por entonces un hombre de 60 y tantos, miraba atento la pantalla, mientras en sus gafas se reflejaban pasajes de sangre, sudor y lágrimas. Junto a él, su nieto César Alberto. Así son mis primeros recuerdos: mi abuelo y yo sentados en el viejo sillón, observando en silencio cómo dos tipos se partían el crisma, cómo jugaban volados sobre una cuerda floja, cómo se tundian con fuerza bruta e inteligencia de ajedrecista sobre un ring. El box, desde entonces, es una adicción malsana. Me desvelo, me salen ampollas atizando contra el control del XBox mientras juego Fight Night 3 –en silencio narro las peleas–, veo una y otra vez a los grandes –Alí, Robinson, Dempsey, Monzón– en YouTube. Me gusta la idea de que en un mundo a prueba de catástrofes alguien arriesgue el pellejo. Pero el pugilismo, lo sé, es un muerto en vida. En la pasada edición de Esquire, Chris Jones disecciona, alrededor del circo mediático que fue la pelea de Oscar De la Hoya y Floyd Mayweather, la debacle de un deporte de por sí cuestionable. "The Last Boxer" me recordó a mi abuelo, ahora también en precaria salud, y a mí mismo, un nieto desilusionado por un deporte que, como casi todo lo bueno, terminó por venderse al mejor postor. Léan el artículo en:
http://www.esquire.com/features/the-game/lastboxer0907
O mejor compren la revista.
18.8.07
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2 No comments?:
debe ser más fortuito noquear al de la Hoya en el Xbox. ¿se puede?
qué tipo de ansiolíticos son los que deben consumir los pugilistas para que se reactive el sábado con un par de cervezas frente al televisor. ah. mi padre.
Claro que se puede: lo puedes cortar, tirar, ponerlo a pelear contra Holyfield, lo que quieras.
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