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Hoy desperté con una imagen clavada, como un aguijón,  en mi memoria.  Lo soñé, creo, o  lo filmé  anónimamente en  el duermevela (veía los berrinches en Brazil's Next Top Model  mientras G dormía, tierna, profundamente, a mi lado). En  la escena –detrás de mis párpados, no en la pantalla–, una mujer gorda, demasiado,  robaba la atención en una dinner party  que se presumía formal, demasiado, pero en la que se encontraba un trío de surfers  de pelo largo y  oxigenado,  con las sandalías aún cubiertas de arena. La mujer gorda tiraba copas y velas a su paso mientras cantaba con la voz de Chabela Vargas una canción francesa de Jacques Brel o Thomas Fersen o Serge Gainsbourg (la noche anterior, G y yo jugamos Scrabble, bebimos -ella vino, yo cerveza-, escuchamos a Brel con la mirada clavada en un laberinto de letras que se cerró a las primeras de cambio -recuerdo algunas palabras: "yeti", "le", "quesos", "ñu"–). Mientras cantaba, los surfers recorrían la mesas pidiendo dinero para los damnificados de alguna desgracia. Yo estaba sentado al fondo, en una mesa  cercana a  la estación de meseros , quienes, cabe mencionarlo, tenían look totalmente mexicano pero hablaban en un perfecto inglés.  Cuando se acercaron a mí, los surfers  golpearon la mesa y tiraron todo. "You didn't get the  joke!", gritó uno de ellos, y me soltó una cachetada limpia que me dejó los labios  sabiendo a sal de mar. Desperté, pensé en 8 1/2  de Fellini y la escena del banquete y las adivinaciones. Una modelo brasileña, tatuada, de pelo corto, lloraba porque el novio la dejó.  Cerré los ojos , G respiraba apacible,  como imagino que respiran los peces en el fondo del óceano. Cerré los ojos, esperando el próximo estruendo.  
 
 
 
  
 
 
 
  
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