30.1.08
..:: Entrevista con Joel & Ethan Coen (Cine PREMIERE febrero 2008) ::..
Los Coen y la gran película americana
Sin lugar para los débiles representa el regreso de los Coen a la plena salud fílmica, un conflicto arquetípico en una tierra baldía, América, donde reina la sangre y el deshonor.
Por César Albarrán Torres / Enviado Los Ángeles
Existen en Hollywood, también, los clásicos instantáneos, obras fílmicas que nadan en el punto donde los mares del entretenimiento y el gran arte se juntan. Y Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men) es uno de ellos. Representa, además, el regreso a la plena forma para los Joel e Ethan Coen, acaso la fuerza creativa más revolucionaria del American cinema y desde finales de los 80 creadores de varios de estos instant classics (aunque sea un acto ocioso, enumerémoslos: Miller’s Crossing, Fargo, El gran Lebowski…).
Si en ¿Dónde estás, hermano? adaptaron La Odisea a la América profunda, en Sin lugar para los débiles continúan esta disección de la identidad nacional recurriendo al escritor más norteamericano de todos, Cormac McCarthy, la pluma tras la obra magna que es The Border Trilogy –una de sus partes, All the Pretty Horses, ganadora del National Book Award, fue adaptada al cine por Billy Bob Thornton–. Como parte del actual renacimiento del género, el filme se nutre de la imaginería western más básica –a la que los Coen voltearon la mirada en su ópera prima, Simplemente sangre– y, como el resto de la obra de McCarthy , de personajes arquetípicos que han llevado a muchos a decir que este filme, así como su más reciente novela, la fundacional The Road (ganadora del Pulitzer), tienen aire bíblico u homérico.
La trama: a inicios de los 80, Moss (Josh Brolin), un simplón veterano de Vietnam, encuentra un maletín lleno de dinero junto a un montón de cadáveres; tras un inspirado acto de misericordia, se ve acechado por Anton Chigurh (Javier Bardem, inquietante), matón sin ápice de bondad que funciona como un Ángel de la Muerte; y tras la pista de ambos, el sheriff Bell (Tommy Lee Jones, amante de la idiosincrasia texana), un hombre que a pesar de la sangre que baña la frontera mexicoamericana, aún cree ciegamente en la justicia. Extremos de un espectro moral en que la vida, literalmente, pende de un volado.
Pero a los Coen esto de la genialidad y los halagos parece tenerlos sin cuidado –su filme es el mejor de 2007 para casi todas las asociaciones de críticos y se enfila para un Oscar–. Y la celebridad también les es indiferente: entran a la suite del Four Seasons de Beverly Hills como un par de exploradores adentrándose a las fauces de una jungla. Joel, con un look de Tim Burton y acomodándose la melena. Ethan, mucho más bajo, inquieto como un niño en el primer día de clases. Callados, acomodándose esas gafas que han visto reflejados fotogramas de tragedia hilarante, estudian las tazas, las cortinas como sacadas del hotel de su Barton Fink. Son como siameses, el director de las dos cabezas (Josh Brolin me diría más tarde: “Los observé editar, cada uno está en su mesa, no hablan, se comunican con señas, como alguien hablándose a sí mismo”).
Sus respuestas son simples, al grano. Más que entrevistados, actúan como víctimas de un cruel interrogatorio.
Es su primera adaptación, ¿cómo fue trabajar con el material de alguien más?
E. Bueno, es la primera vez que filmamos una película como adaptación, pero ya lo habíamos hecho con guiones de encargo… y hubo otra que adaptamos pero nunca pudimos hacer, To the White Sea de James Dickey. El proceso es diferente y en cierta medida más fácil: la luz al final del túnel está más cerca que cuando es algo original. La tratamos como si fuera una historia propia. Y bueno, si adaptas una novela es porque te sientes afín a la historia y serás fiel a sus reglas.
¿Qué los apasionó sobre este libro?
J. En parte fue el aspecto regional de la trama, pues ocurre en el Oeste de Texas, un área que nos es muy familiar –ahí filmaron Simplemente sangre en 1983–. Somos seguidores de la obra de Cormac McCarthy, y esta novela en especial nos pareció que se traduciría bien como película, pues es de género… pero muy poco usual…
¿Y tuvieron relación alguna con McCarthy?
E. No, para nada. No lo contactamos, no nos contactó. Visitó la locación cuando empezamos a filmar, pero por coincidencia. Vive cerca de donde filmamos. Sólo lo hizo como algo social…
Javier Bardem ha dicho que trabajar con ustedes es un sueño hecho realidad…
J. Va para los dos lados. Llevamos mucho tiempo queriendo trabajar con él, pero el problema es que escribimos historias muy locales, habitadas en su totalidad por personajes americanos. Es muy raro que metamos a un actor europeo… Pero Javier tiene ese acentito: sabíamos que no lo iba a perder y eso es lo que queríamos. En la novela, Chigurh no es alguien de la región, por lo que Javier lo hizo tan bien.
E. Marcelo Mastrioanni también quería trabajar con nosotros. “Seré el italiano raboverde”, nos dijo. Pero nunca tuvimos a un italiano raboverde en alguna de nuestras cintas.
J. Debimos hacerlo, pero se nos murió.
¿Cómo convencieron a Javier de cortarse así el pelo?
E. Le llamamos “el peinado Príncipe Valiente”. Lo hicimos como parte de una campaña para humillarlo… Se quejó, pero después se mostró entusiasta. El departamento de vestuario investiga mucho, y lo encontramos en una foto de un tipo enorme en un bar de la frontera, datada en 1979.
Es una película muy norteamericana, pero no hay un gran duelo como en todo western y los personajes ni siquiera se conocen… No creí que eso fuera posible.
E. Bueno, esa estructura narrativa viene toda de la novela. Los personajes secundarios, casi periféricos, terminan definiendo el destino de los principales. Si en el libro es sorprendente, en el cine más… pues esperas una confrontación que nunca se da.
J. Sí, no íbamos a tirar a la basura el mejor elemento de la novela.
Los personajes son muy arquetípicos, el de Tommy Lee Jones lucha contra el mal…
J. Más bien contra la rápida decadencia moral de su mundo. En los 80 el narco comenzaba a ganar terreno en esa zona.
En el grueso de su obra, los seres humanos hacen lo que sea por dinero, ¿cómo lo utilizan como herramienta narrativa?
E. Es lo elemental para una trama, y lo más fácil. Es el motor de todo. Nos dedicamos a los filmes sobre crimen… de gente que quiere dinero.
¿Hay otra motivación para el crimen?
E. Supongo que hay crímenes pasionales…
J. –Interrumpiéndolo–. ¡Sexo!
¿Cómo mantienen un ritmo así, es su sexta película desde el 2000?
E. ¿En serio?
J. Sí, acabamos de terminar una, ¿recuerdas? –Burn After Reading, con George Clooney, Brad Pitt, Tilda Swinton y John Malkovich–.
J. Bueno, depende de cómo se hacen las cosas. Y hay muchos factores externos: la viabilidad de usar a los actores, el cochino financiamiento. Ahorita está el riesgo de una huelga de actores y eso nos apresura –tienen dos proyectos en ciernes: Hail Caesar y Gambit–.
¿Esto de las entrevistas es lo más difícil de ser directores?
J. Es una parte necesaria del proceso, pero honestamente nadie se mete a hacer cine para contestarle a la prensa.
E. Los actores han de ser mejores en esto…es como una interpretación.
(Suena un celular dando por terminada la entrevista. Joel contesta, de pronto tierno. Ha de ser su esposa, Frances MacDormand, la actriz más Coen del mundo).
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