23.1.08

..:: heath y la muerte ::..


Nunca me había pegado así la muerte de una celebridad. Eso de colgarse de los duelos ajenos me parece poco menos que vulgar. Pero, confieso, la muerte de Heath Ledger me pegó. Supongo que por su edad (un año menos que yo), por la hija ahora huérfana de padre, por la promesa de muchos grandes filmes, de un futuro interminable. Caí dormido ayer con la imagen de la camilla y el cadáver, anónimo ante el ejército de flashes, envuelto en una bolsa negra, impenetrable como el misterio de la muerte. Hoy, mientras sudaba en el gimnasio tratando de sacudirme este extraño duelo, pensé en Heath sobre la pantalla. Obviaré aquí los detalles del fallecimiento, la autopsia inconclusa (no puedo evitarlo: salta el cuerpo frágil ante el bisturí, los instrumentos metiendo líquidos, las agujas sacando sangre). Las escenas, el rostro de Heath, vulnerable y salvaje a la vez como el mejor Brando. De Monster's Ball, más que el embrollo carnal en que se meten Halle y Billy Bob, recuerdo la cruda depresión de Heath, su cuerpo, un atado de nervios, apoltronado en el sillón, a punto del suicidio. Entonces, el ímpetu del joven actor, que se come a Billy Bob en las escenas que comparte, se convirtió en un mantra silencioso, que apenas hoy reluce. Cada vez lloro menos en el cine, pero Heath, su melancolía silente bajo la superficie, su cuerpo contraído, como si quisiera decir mucho sin saber cómo, invariablemente me anudaba la garganta. Luego llegó Brockeback Mountain y el monumento histriónico que Ledger erigió como Ennis Del Mar. Más que reivindicación de la homosexualidad o historia de amor trágico, el filme de Ang Lee es el retrato de un hombre imposibilitado por una camisa de fuerza confeccionada por el mismo, un ser de bondad inmensa pero de ínfima capacidad emocional. Lloro cada vez que lo veo enfrentar a los borrachos bajo los fuegos artificiales, o abrazar la reliquia ensangrentada, o fumar solo y sus cervezas en un bar de mala muerte. Todos tenemos algo de Ennis. Y después, un papel que quedará también inscrito en la historia del cine: Robbie, el fragmento atormentado, roto, de la biografía/caleidoscopio que de Bob Dylan armó Todd Haynes. Ahí, Heath interpreta a un actor que interpreta a Dylan: vemos su tirante relación con la fama, su rompimiento matrimonial -eco a su propia vida-, su ternura paterna y su testosterona galante y delirante. Y, al ritmo de "Simple Twist of Fate", su enamoramiento con Charlotte Gainsbourg, la cálida ternura de la primera noche juntos, la incertidumbre del primer cigarrillo. Alguna vez se le comparó, con justicia, con Sean Penn, con Brando.

Hoy estoy de luto, y no sé por qué.

3 No comments?:

Anónimo dijo...

Yo estoy en shock, sigo sin creer lo que escuche ayer por la terde. Yo solo escuche "No mames, Beto, ven!", era mi jefe que me gritaba para que fuera a ver la noticia publicada en internet. Y en la noche estaba en todos los canales, la noticia de la muerte de excelente actor pero sin ningún detalle. Cesár después de leer tu comentario, pense y me sentí igual que tu.

Un abrazote...

Guillermo Núñez dijo...

No estésh trishte albarrani.

David Miklos dijo...

Tu elegía me conmovió, hermano. Es curioso: a mí la muerte de Ledger me deja casi en las mismas, no era, no para mí, un icono, una figura de peso emocional dentro de mi constelación de estrellas de cine. La muerte que padecí, en su momento, y creo que tiene mucho que ver con lo que a ti te pasa, ahora, con la de Ledger, fue aquélla de River Phoenix, a la salida del Viper Room (a un paso de Sunset Boulevard, muy cerca de Book Soup, una escala siempre obligada cuando voy, cuando iba a Los Ángeles), el 31 de octubre de 1993, cuando el actor y yo teníamos 23 años. Es curioso, ahora que lo pienso: en aquel entonces, Phoenix actuó junto con Keanu Reeves en My Own Private Idaho, acaso la Brokeback Mountain de esa época. Como sea, RIP, Heath Ledger.