9.7.08
Yo soy más yo en los días con lluvia. Es en los charcos y las cortinas de agua que escupen los neumáticos y las ventanas vestidas de vapor, donde uno puede dibujar caritas felices y mujeres desnudas, donde mi reflejo es más nítido. Hoy llueve. Una amiga maldice a Tlaloc en su nick del messanger, otro –noruego, ni más ni menos– dice que hay mejor clima en el Polo Norte, otros más llegan a la editorial con los calcetines húmedos, el espíritu con olor a viejo. Pero yo no: me niego a usar paraguas y camino por la ciudad dejando que la lluvia se cuele entre cuello y suéter, entre un pasado que no me suelta –su quijada se traba– y un presente que se renueva. Y entonces llega, siempre, la música de Leonard Cohen, sus palabras como lápidas, esos versos que aunque alegres –pienso en "Diamonds in the Mine"–, inevitablemente me dejan un nudo a la garganta, un regusto a nostalgia. Pienso en amistades perdidas que deseo, en "The Future", reencontrar. Recuerdo los trenes que me han lastimado con su partida, las cartas, las traiciones y entonces pongo "Joan of Arc" y estoy de nuevo en Toulouse, donde viví hace años en un cuartito azul y en donde, cada mañana, me daba los buenos días una estatua de la santa camino a la estación Tolouse-Matabiau. "Famous Blue Raincoat" me hace recordar los triángulos amorosos juveniles, los deseos insatisfechos, las miradas perdidas y recobradas. Llueve. Intento identificar el ritmo del mundo, un patrón en ese golpeteo. Desespero. Me sirvo una taza de café. Encuentro la canción: "The Partisan". Entonces cierro los ojos e imagino a los héroes de la resistencia francesa... y me siento un poco peor. O mejor, según se le mire.
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