30.11.08
25.11.08
Hace poco volví a ver Rear Window de Hitchcock, y además de asombrarme por la destreza técnica y lo cañón que el gran gordo era para escribir, ah, y de enamorarme de Grace Kelly –Hollywood en su pleno estado de gracia–, me puse a reflexionar sobre mi propio caracter curioso, casi vouyerista. ¿Quién no se ha visto tentado, cuando se encuentra en un edificio alto, de esos que ofrecen una vista plena al panal citadino, a tomar unos binoculares y ver? Yo, al menos, sí. Y lo he hecho: en Nueva York con el zoom de mi cámara, en Campeche con la camarita de mi celular, en Barcelona desde la ventana de un hostal caliente y supongo que hasta pulguiento –aún recuerdo a la viejecilla catalana que tomaba sorbitos de un licor y veía las telenovelas y olía casi compulsivamente el humo que salía de un olla de esas que ya no se hacen, de esas que guardan los sabores y los secretos familares por décadas–. Lo hago aquí, en la redacción, no mirando a la ventana, sino tratando de descifrar qué es lo que pasa por sus cabezas, qué música los hace tararear –hay una compañera que baila, canta y sonríe, feliz, para sí misma–. Todos tenemos un poco de vouyerista, y seguro si yo me encontrara en la situación de James Stewart habría hecho lo mismo. Sentado ahí todo el día con la pata rota y todo un escenario de proporciones trágicas frente a mi. En fin, los dejo con el inicio de la cinta...Y con el trailer de una película que es todo un clásico en esto del vouyerismo, The Conversation de Francis Ford Coppola, un clasicazo que terminó hecho sandwich entre las primeras dos partes de El padrino-
17.11.08
Lake Tahoe de Fernando Eimbcke
Sí, Eimbcke es de los directores más talentosos con los que contamos, hábil a la hora de destilar la vida y presentarla en fragmentos ricos en significado. Lake Tahoe es, también, mejor que Temporada de patos, más redonda, menos pretenciosa. La historia de un adolescente perdido en los abismos del duelo –muere el padre–, metido en un laberinto de relaciones y complicidades nuevas en Progreso, Yucatán, nos recuerda, como el mismo Eimbcke acepta, a Bresson o el primer Jarmusch, a Ozu, incluso. Que un autor en ciernes tome a este trío de la contemplación como influencia no es nuevo, pero que lo haga uno mexicano –así como Reygadas recurre a Dreyer–, sí. Se celebra que alguien tenga las agallas de hacer un filme así de anticomercial en una industria que se sostiene de hilos sobre el acantilado. Que las tomas sean amplias y no sigan al personaje, que haya fades a negros largos como la noche –a mí me cansaron, sí, pero los comprendo–, que los episodios –pienso, ahora, en Mystery Train de Jarmusch– poco digan de inicio y mucho terminada la película, digerida. Hoy se exhibe en la Muestra Internacional de Cine, pero en su corrida comercial contará con 15 copias y corre un riesgo latente de dar el famoso "semanazo". Esperemos que no: hay que apoyar a los necios.
P.D. Es una pena que no se cuiden las copias de filmes como éste. En un complejo de Altavista, donde yo la vi, la copia tiene un rayón que se traduce en un hilo verde fluorescente de extremo a extremo de la pantalla. Pésimo. Me sucedió lo mismo con el Hamlet de cuatro horas, en la Cineteca, hace años. Recuerdo más el gusano incandescente que la actuación de Kate Winslet, y eso es mucho decir.