29.7.08

28.7.08

..:: san diego 2008 ::..

para mejores resultados: reproducirlos todos a la vez.
Who needs money when you got...?

What do you got?

26.7.08


Sigo en geeklandia. Hoy la fila para entrar al panel de Heroes: Villans era una obstáculo insalvable. Daba vuelta al centro de convenciones, llegaba hasta la marina, y puedo casi asegurar que un tipo vestido de Jesús caminaba sobre las aguas del Pacífico. 

Hice el oso de mi vida: un look alike de Kevin Smith me miró con extrañeza cuando le pregunté si era el famoso director. Rió complacido por la exactitud de su disfraz. Los pies y los ojos se cansan en una convención así. Alguna vez un amigo me dijo que lo más puro del mundo es un gordo contento en su cuerpo. Hoy he visto gordos, flacos, jóvenes y viejos contentos en sus disfraces. No sé si sea algo puro, pero al menos tener la frente tan en alto cuando sabes que has hecho el ridículo, tiene cierto mérito. 

25.7.08

¿geek, yo?


Admítelo, eres un poco geek, me dijo G cuando, a medianoche, empacaba mis maletas, un poco a regañadientes tras una inclemente infección estomacal, para venir a la COMIC CON en San Diego (desde donde escribo estas líneas). La idea de estar en un cuarto rodeado de gente vestida de stormtrooper o de El Cuervo, o de departir con periodistas que son más fanboys que profesionales, no me era del todo atractiva.

Anda, acéptalo, mueres por ir, insistía G.

Bueno, es que voy a entrevistar a todos los de la película de WATCHMEN, y WATCHMEN es una obra maestra de la literatura, no porque sea novela gráfica (ojo, dije novela gráfica y no comic) la vas a hacer menos....

G se botó de la risa. Esa fue la respuesta más geek that I could gave come up with.

En fin, la COMIC CON es algo que geeks, freaks y neófitos deberían de vivir una vez en la vida. Ya sea por fans o por simple curiosidad antropológica. Hay viejecillos enclenques vestidos de Linterna Verde, chavas emo gastándose todos sus ahorros comprando cosas de Nightmare Before Christmas, adultos arrebatándose figurines de Iron Man.

Mientras caminaba esos pasillos eternos en busca de las editoriales independientes, de una oferta para PALOMAR o los comics de ACME o la edición en inglés de EPILEPTIC, me sentía inmune al geekdom, Pero entonces lo vi: un stand dedicado a la serie DEXTER, mi favorita del momento. En él, la novia de DEXTER firmaba autógrafos. La cola era eterna: maldije mi suerte.

Anunciaban un panel dentro de una hora. Subí corriendo las escaleras eléctricas y me topé con el infierno de todo geek, sí, geek como yo. Una fila interminable y un tipo que gritaba que no hicieran más fila, que era totalmente inútil. Pero los geeks, necios como somos, no nos movimos de ahí, esperando que por algún milagro de Stan Lee la sala de conferencias de hiciera más grande.

En mi chamba he entrevistado a cientos, literalmente, de celebridades. Y jamás he estado star struck. Quizás por el ambiente controlado que son las entrevistas y las fiestas, o porque el encuentro es esperado. Pero con Michael C. Hall fue diferente. Mientras estaba en la fila, pasó junto a mí: su mirada enfocada, como la del asesino serial que interpreta en pantalla y con el que, debo confesarlo, a veces me identifico, su paso pausado. Quedé, ahora sí, star struck.

Soy un geek, y qué....

20.7.08

...:: hoy pensé en esto mientras me deslizaba por la sección de verduras del supermercado ::..

11.7.08

Genuis

9.7.08

Yo soy más yo en los días con lluvia. Es en los charcos y las cortinas de agua que escupen los neumáticos y las ventanas vestidas de vapor, donde uno puede dibujar caritas felices y mujeres desnudas, donde mi reflejo es más nítido. Hoy llueve. Una amiga maldice a Tlaloc en su nick del messanger, otro –noruego, ni más ni menos– dice que hay mejor clima en el Polo Norte, otros más llegan a la editorial con los calcetines húmedos, el espíritu con olor a viejo. Pero yo no: me niego a usar paraguas y camino por la ciudad dejando que la lluvia se cuele entre cuello y suéter, entre un pasado que no me suelta –su quijada se traba– y un presente que se renueva. Y entonces llega, siempre, la música de Leonard Cohen, sus palabras como lápidas, esos versos que aunque alegres –pienso en "Diamonds in the Mine"–, inevitablemente me dejan un nudo a la garganta, un regusto a nostalgia. Pienso en amistades perdidas que deseo, en "The Future", reencontrar. Recuerdo los trenes que me han lastimado con su partida, las cartas, las traiciones y entonces pongo "Joan of Arc" y estoy de nuevo en Toulouse, donde viví hace años en un cuartito azul y en donde, cada mañana, me daba los buenos días una estatua de la santa camino a la estación Tolouse-Matabiau. "Famous Blue Raincoat" me hace recordar los triángulos amorosos juveniles, los deseos insatisfechos, las miradas perdidas y recobradas. Llueve. Intento identificar el ritmo del mundo, un patrón en ese golpeteo. Desespero. Me sirvo una taza de café. Encuentro la canción: "The Partisan". Entonces cierro los ojos e imagino a los héroes de la resistencia francesa... y me siento un poco peor. O mejor, según se le mire.

8.7.08

Cómo rodar un Buda de piedra


"Esto parece una historia de Murakami", me dijo F, uno de mis mejores amigos, un tipo fornido que acaba de descubrir su vocación de artista plástico, al empujar, con todas sus fuerzas, el Buda de piedra que G y yo teníamos que recoger en la casa de su madre, próxima a cambiar de dueño. El caserón, de vidrios amplios y un jardín de piedra volcánica, fue la última morada del padre de G, quien le regaló el monolito de orejas colgadas después de que él se compró una rana petrificada. Pero estábamos ahí, F, G y yo, para meter al auto, al Buda de unos 50 centímetros apenas, pero con un peso calculado de 100 kilos y decenas, cientos de recuerdos.

La estatua, sonriente, de esos Budas felices, más símbolo de goce carnal que plenitud espiritual, moraba sobre una escalera. De ahí al auto, un Platina 2003, había apenas 17 pasos que, en realidad, sumaban un abismo. Intentamos de todo. Levantarlo sin una hernia era imposible. Entonces el Buda nos retó: para elevarlo, para que G se llevara ese pedacito de vida consigo, debíamos aplicar sabiduría, paciencia. Encontramos unas cajas repletas de comida caduca, empaques y latas y botellas con etiquetas que nos regresaron a la niñez. Salsas de tomates cosechados décadas atrás, jarras de miel seca con apariencia de estalactita milenaria. Todo era quietud, todo era piedra. Acercamos el auto hasta el borde de la escalera y abrimos la portezuela al máximo. Después colocamos las cajas de cartón entre el semidios y el auto: un puente endeble de alimento tornado en basura por las carniceras leyes del tiempo. G esperaba dentro del auto, de seguro cerrando los ojos o mordiéndose las uñas. Sabía, como los sabíamos F y yo, que un paso en falso y la roca labrada caería sobre nuestros pies. No quedaría un hueso íntegro. Lo hicimos: el Buda pareció ayudarnos, levantar sus manos y dar una marometa. Casi pude escuchar su risa, casi pude ver sus músculos tensarse. Grité dos o tres groserías, como los hombres fuertes en las competencias de hombres fuertes que a veces pasan por la televisión. Después, en silencio, agradecí a Buda. G se quedó en la casa, su antiguo hogar, aquel que en sus piedras volcánicas y su enorme estancia guarda, guardó su pasado. Las risas, las lágrimas, las mascotas y los amigos y las Navidades. Necesitaba una despedida.
F y yo recordamos nuestra propia juventud de regreso al departamento que G y yo compartimos en una calle con nombre de dramaturgo español. F sostenía a Buda, que se apoltronó en el asiento trasero y enseñó los dientes durante todo el camino.

La sabiduría es ajena a la levedad. La sabiduría es densa, pétrea, inamovible.

El Buda seguirá sonriendo mucho, muchísimo tiempo después de nuestro último aliento.

3.7.08

Lo confieso, he pecado.

2.7.08


Termómetro de nuestro país: la albañilería es de los oficios –casi profesión, pues varios maestros le dan dos vueltas a muchos arquitectos e ingenieros– que requieren más destreza física y mental, y sin embargo es de los peor pagados. En el primer mundo puedes vivir de eso: el peligro de colgarte en una pared, de respirar polvo por diez horas, de taladrar, de cortar vidrios, tiene un alto precio.

"Tenían unos 16 años, señor –me dijo el maestro Luis cuando le pregunté si había visto a alguien morir en la chamba–. Se les vinieron unos costales de cemento encima. A uno se le rompieron las costillas, los brazos, sus piernas. Sobrevivió. Pero el otro... una bolsa de cemento se partió y le cayó en la cara. Se ahogó. Le quisieron pasar aire pero sólo sacaban cemento de su boca".

Y muchos ganan el salario mínimo. Quisiera ver a un oficinista, yo incluido, jugarse el pellejo por un pago así, o tener esa fortaleza, o tener conocimientos tan precisos de física.

Qué mundo tan cabrón.