18.12.08





No cabe duda: George W. Bush es uno de los presidentes norteamericanos más controvertidos de la historia, y los meses que sigan a su mandato serán un vaivén de opiniones sobre una de las épocas más cambiantes del mundo contemporáneo. Algunos lo recordarán por haber "protegido" a su nación, otros por la estupidez gubernamental mostrada tras Katrina, otros por invadir a Irak sin motivo aparente, otros más por sus dichos y tropiezos verbales. Algunos por el zapatazo que dio el acento final a su presidencia. Borracho convertido en político reformado, de hijo problema de Bush Sr. a presidente. Los matices que cubren la vida de este personaje son variadísimos: el tipo puede caer "bien" en su candidez, y aún así sus actos son injustificables, aún si nacen de una estricta moral, de un worldview en que en realidad él creía hacer el bien. Por todo esto, una biopic sobre su persona debería de ser campo fértil para el escándalo, e incluso para reflexiones sobre el poder y la responsabilidad que conlleva, amén de las ricas posibilidades como un noir político, con personajes arquetípicos como el Rasputín que es Dick Cheney. Y bueno, si esa biopic es dirigida por un pirómano de conciencias como Oliver Stone, versado, además, en los enramados presidenciales, pues una película sobre el presidente texano debería de ser explosiva, brutal, tragicómica.


Pero no. W de Oliver Stone es banal, complaciente y, lo peor de todo, tibia. Es correcta en su realización, episódica como película made for TV. Pero pareciera que lo que busca Stone, y contrario a sus declaraciones públicas, no es denunciar la incompetencia del presidente que saldrá el 20 de enero, sino justificarla. Lo justifica con los celos hacia su hermano Jeb y la tristeza por la desaprobación paterna, el amor/odio a la botella de Jack Daniels que siempre lo acompaña, su incompetencia con la vida en general. Creo que Stone fue invadido por el oportunismo y lanzó esta cinta antes de las elecciones. Sin embargo, no levanta ámpula. Las actuaciones, eso sí, son más que dignas: Josh Brolin es un Bush bastante creíble, así como Richard Dreyfuss en el papel del maquiavélico Dick Cheney, verdadero puppet master de estos ocho años en que el mundo se ha visto hundido en la ley de la tortura, la crisis y los sembradíos de cadáveres.


Al final, la efigie del presidente no es de derrota, sino de histrionismo (como el póster de aquí abajo), de no saber qué hacía ahí en la Casa Blanca, de saberse chico para el puesto. Tan chico como Stone, por sorpresa, se reveló ante este reto incumplido.


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