En definitiva, éste es el filme más maduro, con más clara voz autoral, en la carrera del blockbustero Ron Howard. Con un aliento que recuerda al cine de Michael Mann –como en El informante, hay un halo de sutil tensión en cada fotograma–, el otrora actor infantil narra el encuentro televisivo de un hombre espectáculo británico, David Frost, y el exmandatario norteamericano Richard Nixon (interpretado con maestría por Frank Langella, con un halo de dignidad y derrota difícil de moldear), quien dejó la Casa Blanca cubierto de vergüenza tras renunciar a su cargo por el escándalo Watergate.
Entrevistar al mandatario en desgracia no era labor fácil, sobre todo considerando que se trataba de un real gigante intelectual y político –maquiavélico, sí, pero genial–, y Frost de un conductor dado al espectáculo pero carente de experiencia en el periodismo político. A través del proceso de preparación de ambos bandos, y de entrevistas con los asesores filmadas a manera de documental, la trama se mantiene sencilla, comprensible, en su forma, pero compleja en sus implicaciones. No hay que subestimar, además, la certera actuación de Michael Sheen, quien encarna a la perfección a un hombre que se sabe dismunuído intelectualmente para un reto histórico, pero de que todas maneras lo enfrenta. El hombre minúsculo ante la montaña.
Una seria contendiente en la época de premios: en lo personal, mi favorita de las cinco nominadas como Mejor película en el Oscar 2009.– César Albarrán Torres
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